Esta serie que tenemos ante nuestros ojos, nos ayuda a entender el lenguaje secreto y permanente de una naturaleza en continua comunicación con nosotros, pero a la que ya no escuchamos. Nos enseña la belleza, el equilibrio de un mundo que se esconde a nuestra vista. Traduce para nosotros el murmullo sutil y secreto de las plantas, porque nace del encuentro feliz entre dos mundos: la botánica y la fotografía.
La obsesión minuciosa que encontramos en los antiguos herbarios del XVIII, se mezcla aquí con el arte del retrato, perspicaz e inteligente. Esa fecunda unión de las dos pasiones de Ángeles Castillo, nos permite a los espectadores descifrar el murmullo antiguo, codificado, secreto, con el que se comunica la naturaleza: como diría Linneo “la gramática y la sintaxis” de este planeta. Un planeta al que ya solo escuchamos cuando grita y nos revela nuestra condición de insectos: cuando vomita lava, o rompe la piel de la tierra, o la mar se despierta.
Pero Ángeles Castillo ha conseguido con sus fotos que escuchemos de nuevo esa voz antigua. Para traérnosla, recorre con su cámara los senderos escondidos, desbroza la maleza, se adentra en la espesura. Por eso deslumbran estas fotos en blanco y negro, precisas y bellas, que destacan la sofisticada sencillez de las hojas, los tallos, las semillas; una mirada atenta sobre lo minúsculo. La sobriedad espléndida de las formas naturales de la serie blanca, y el tenebroso misterio de los árboles contra el cielo estrellado en la serie negra, son las dos caras de la misma moneda: una semblanza certera de cada una de estas criaturas vegetales, reveladas por la pasión del conocimiento botánico, y expuestas ante nosotros con la pericia psicológica del retrato. En resumen: estas fotografías que tienen delante les ayudarán a profundizar en su relación con la naturaleza. Una relación que no puede ser otra, más que la del asombro infinito.
Ana Ayuso